martes, 14 de julio de 2009

Para empezar a hablar de ajedrez

En los últimos tiempos la fortuna ha jugado, desde su posición de ruleta histórica, con los destinos de los hombres. Aquellos caminos marcados por el vacío de un cubilete y de unos dados despojando -o llenando- las almas de los jugadores con otras tantas suertes dibujadas en ese espacio oscuro donde se disponen manuscritos en distintas lenguas dejando de lado el proceso de su interior y aceptando sólo el resultado con un placer sustentado en un mínimo o máximo de placer. El misterio del resultado del azar se sustenta en una bandera bordada solo con hilos de fe.

Así la fortuna se reviste de destino untando destellos de algarabía y felicidad que los hombres nunca dejarán de lado. Existe un trasfondo histórico en la línea de pensamiento que sostiene a la fortuna y a sus juegos desde la conformación de sociedades antiguas donde la mitificación era un soporte principal en el movimiento de sus culturas hasta sistemas de gobierno herederos de los poderes divinos que señalaban a profetas, reyes, monarquías o emperadores tocados por una insuflación mística para dirigir los destinos de sus gobernados.

Ante este escenario hay otro personaje que llama la atención por su clandestina constancia en tiempos difíciles donde los atisbos de pensamiento, reflexión, imaginación o placer eran castigados porque estas cualidades humanas son el principio de la libertad, el principio para romper con esas condiciones de placer ciego: nos referimos a las dimensiones de la razón: aquella razón amante de la imaginación como en el Renacimiento. El ajedrez fue desarrollador de la libertad, como el libro y el pensamiento.

El ajedrez en su recorrido ha sido uno de los depositarios de esa razón amante de la imaginación que en su clandestina constancia ha sostenido parte de la humanidad. Los periodos de esplendor del hombre han sido precisamente donde la razón ha estado unida a la imaginación, mucho antes de que aparecieran los divorcios provocados por las instituciones.

El ajedrez ha deambulado desde el mundo antiguo hasta consolidarse en la época actual desarrollando aspectos de la mente humana que se destinan independientemente del placer de su práctica, que desafían a los órdenes más canónicos, a esas líneas de pensamiento que sostienen a los juegos de azar, puesto que el ajedrez dimensiona al hombre de acuerdo a sus capacidades creativas y recreativas –acabando de paso con la idea de la abstracción pura que en ocasiones se le adjudica al juego- y que la victoria y la derrota son producto de los movimientos y concepciones exclusivamente del jugador.

El placer sólo es permitido cuando ensombrece las respuestas que buscamos, cosa que el ajedrez dimensiona por contrapartida: en su práctica está dotado de un placer que expansiona las facultades de la mente y cuerpo abriendo vetas confirmadoras de ser un juego para la humanidad, un juego de terrenales.

Por otra parte, en el ajedrez se dimensionan también analogías sociales que despiertan una interesante relación del juego con la Historia. El ajedrez es un juego de analogías que sobrepasan a su concepción teórica. Incluso esta concepción teórica qué es sino una vinculación del hombre con su dimensión social como lo ha hecho con otras ciencias. Existe una amplia serie de estudios analíticos-ajedrecísticos que han conformado un campo delimitado para su estudio.

El ajedrez por otra parte es una provocación para distintas disciplinas, desde las ciencias, las artes y la filosofía. Una provocación para el ejercicio pedagógico, para la psicología, para las concepciones estratégicas y tácticas, para la genialidad y también para la profunda sencillez de involucrar a dos personas. Tiene un principio de diálogo, un principio de tiempo y espacio, un principio colectivo e individual; una ruptura y conciliación con el orden, un enfrentamiento siempre decisivo persuadido en un inofensivo juego contra uno mismo. El conocimiento que se obtiene por el estudio, y el conocimiento que se obtiene por la práctica. Más allá de dualidades trilladas, multiplica y divide la realidad del hombre.

El amor es válido, el cigarro, los amigos, los laberintos, la especulación, el fracaso junto con sus sombras e iluminaciones; la victoria, la agresividad y el jugador sano. El malsano, estratega en un cuarto al otro lado del mundo quizá alguna vez se enfrente contra ti, o tal vez lo seas tú, ignorando futuras pérdidas y felices dominaciones; en suma el ajedrez es válido para el hombre.

¿Por qué tengo esta insistencia en que el ajedrez es una dimensión del hombre? Me parece que no lo puedo decir peor de lo que está escrito líneas arriba, sin embrago puedo comprender sencillamente que las manos que hicieron un primer tablero y piezas involucraron no sólo su tedio y ocio sino que ese hecho, por insignificante que parezca, es una conquista no calculada en todos los tiempos en que el ajedrez ha sido practicado, tanto en sus momentos críticos a los que ha sobrevivido y a los de mayor aceptación.

Para empezar a hablar de ajedrez sería válido platicarlo mediante su juego y práctica. Es un dialogo compensando palabras por movimientos, los monólogos y soliloquios no son siempre duraderos para el solitario y la charla no permanece tanto para el locuaz, siempre se necesita de amor, pasión o disciplina, no más; lo consiguiente como un movimiento en el tablero se perfila durante la vida, tan sólo basta implicar el ajedrez sencillamente en la vida para comenzar a hablar de él.

Transcribo unos versos en los que el ajedrez se combina con la vida, haciendo hincapié en esa sencilla implicación de la que hablé tan importante como el hablarlo desde una postura teórica-ajedrecística.

Néstor Guillermo Palacios Valerdi


PRODIGIO

Crecí inclinado sobre

un tablero de ajedrez.


Me encantaba la palabra tablas.


Todos mis primos parecían

preocupados.


Era una pequeña casa

cerca de un cementerio romano.

Aviones y tanques

sacudían sus cristales.


Un profesor de astronomía jubilado

me enseñó cómo jugar.


Debe haber sido en 1944.


Recuerdo que la pintura de las

piezas negras

se había descarapelado

casi por completo.


El rey blanco se había perdido

y teníamos que sustituirlo.


Me cuentan aunque no lo creo

que en ese verano vi

hombres colgados de los postes

de teléfono.


Recuerdo que mi madre

me vendaba los ojos

con frecuencia.


Tenia una forma muy peculiar de

taparme la cabeza

repentinamente con su abrigo.


En ajedrez, me enseñó el profesor,

los maestros también juegan con

los ojos vendados,

los mejores lo hacen en varios

tableros al mismo tiempo.



Charles´Simic

El sueño del alquimista.

Traducción, selección y prólogo de Rafael Vargas.

Texto de difusión cultural. Serie el Puente.

Coordinación de difusión cultural/Dirección de Literatura/UNAM.

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