domingo, 7 de junio de 2009

Imaginación Simultánea

En los seis tableros circulares se sumaban 384 casillas y 192 piezas. 12 bandos. Los contendientes manejarían un lado negro; los otros bandos estarían brindados por un sólo jugador. Todo estaba dispuesto para iniciar el juego. El simultaneista en su primera abrió con un peón ajeno al P4R. Al llegar a mi tablero avanzó en la columna de Torre de Rey el Peón dos casillas. Llegaba el fin a su primera vuelta con Fernando y comenzaba la siguiente con Julio. Me olvidaba de los otros tableros y de vez en cuando observaba el juego de Miguel o el de José Luis; Eduardo era un poco más inquisitivo en sus observaciones en los otros tableros; Fernando encendía un cigarro.

La palabra simultánea provocaba una ligera reflexión que ocasionalmente pesaba más en la cabeza que el desarrollo de mi partida.

Los movimientos de Elpidio en mi tablero fueron contundentes hasta el fin del juego. Dejé pasar su peón de torre de rey hasta mi tercera fila, mientras desplegaba mis piezas y liberaba columnas, enrocaba por el flanco de Dama. Esperaba después atrapar al peón pasado.

A la postre aquel peón aislado fue capturado. El peón amenazaba con el dominio de una posición hasta el medio juego que no lograba comprender. Con el ritmo pulsando entre vuelta y vuelta, en cada jugada aquel peón llegó hasta su sexta fila; por lo tanto un sacrificio de Dama podría convenir al simultaneista y a la postre la coronación fuera posible. Mediante una serie de jugadas a la mitad de partido pude revelar el sentido casi original de aquel peón: aparentemente ese peón a la deriva del tablero no fuera tan peligroso considerando que en algún momento fuera posible sin dificultad mayor contenerlo; su posible coronación sometió mi atención descuidando lo que se organizaba de su flanco de Dama. Así su aislamiento sería precisamente su mayor peligrosidad: en dos tiempos, por decirlo de una manera, ese peón jugó por una posición de ataque en el otro flanco mientras que a mis intentos por dominarlo desequilibró mi mente; era una especie de celada.

Elpidio destruía el enroque de Eduardo. Me tocaba mover. Atrapé al peón. En este movimiento mi caballo domino bélicamente esa zona; era un doble ataque. El alfil de Elpidio retrocedió. Ahora mi torre de flanco de rey defendía toda la columna posibilitando un avance de peones.

Continuaban las simultáneas y yo me veía fortalecido en confianza, dispuesto a iniciar la respuesta del ataque, estaba un poco alterado, pero el éxtasis se huele, el éxtasis amotina y ciega…mi caballo adelantaba loco de casilla oscura a clara, protegiendo la sombra de su rey, muy cerca de él, demasiado cerca para morir junto a él: en la siguiente jugada, ya cuando Elpidio daba mate a Eduardo, colocó su alfil sobre mi caballo rotulado de locura demostrando lo terrible para el final de juego (las Damas estaban ya perdidas por los dos bandos)… ¡ah! había clavado el caballo. El simultaneista concluía esa vuelta dando mate en la mesa de Fernando. No pasarían más de siete jugadas para que Elpidio perdiera su primer tablero y diera por igual muerte a Julio, José Luis y a mí.

¿Qué cosa es una simultánea?...el orden consecuente de tablero a tablero, más allá de la mano que ejecuta, en la mente de Elpidio ¿se desarrollaba un sólo juego? ¿Una estrategia general con formas y tácticas distintas…? ¿Un espacio de imágenes y no de jugadas ni actos? Elpidio jugó con la imaginación. El único tablero perdido fue por la imagen de su dama que mató a José Luis y que luego, creyéndose la misma, se entregó en el tablero de Miguel, no la pieza, la imagen, y luego entonces concluyeron las simultáneas.

Consideremos los seis tableros jugados por un sólo hombre para determinar “partidas simultáneas”; denominemos ahora una sola y gran partida que incluya esos seis tableros para determinar al juego de Elpidio “partida simultanea”. Consideremos que no sabemos si va de tablero en tablero o si se trata de una gran partida constelada de imágenes.


Néstor Guillermo Palacios Valerdi

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